Si un ente se te presenta y te da dos opciones para poder seguir viviendo, ¿cuál elegirías?
Entre ser amable con todo aquél que te rodea a pesar de que no sean tal y como dictan tus deseos, ser respetuoso aunque te apedreen con injurias e insultos que les degradan más a ellos que no al que los recibe tal y como haría Jesucristo en las famosas frases del nuevo testamento, recibir por igual a todos aquellos cuya mente a tu parecer no tenga suficiente nivel como para entender tus palabras (o simplemente no pensar en esto último) y otros muchos requisitos que exige la primera opción, o escoger el siguiente afluente vital, que convierte al ser humano que lo sigue en egoísta pues no cree que sea necesario compartir algo que ha costado sudor y lágrimas con alguien que a su parecer no lo merezca (esto no implica necesariamente ser un completo capitalista), en un déspota ya que razona que si alguien no entiende algo que la persona sujeto sí, automáticamente se convierte en un deshecho social o en un descerebrado. También deberás creer, si sigues la segunda filosofía, que alguien que no se esfuerza para conseguir lo que quiere, no debería siquiera tener derecho a educarse y contradecirte pensando que si alguien que se esfuerza sobremanera tampoco consigue sus objetivos, tampoco merece tu atención.
Escogí la segunda opción obligado por una fuerza mayor y empecé a ignorar a las personas cuya personalidad no me agradaba. Me convertí en un misántropo y enseguida dejé de sentir interés por el ser humano. Sólo las personas más destacables a mi parecer merecerían entrar en mi limbo personal, y esas personas no tendrían por qué ser los más apreciados por los demás.
Con la mente repleta de contradicciones y odio e incluso indiferencia, intenté navegar a través del conocimiento humano y me sumergí en la búsqueda del origen de nuestro pensamiento y de nuestras maneras de ver el mundo. Ésta búsqueda existió paralelamente a la documentación de datos existentes, si no que se gestó en mi interior y jamás salió de mi mente. Efectivamente, no me preguntaba qué es el ser humano o por qué actúa tal y como lo hace. M preguntaba (y lo sigo haciendo) qué soy yo y por qué actúo tal y como lo hago.
Si aún os preguntáis quién o qué era la fuerza misteriosa que me dirigió por esta senda, debéis saber que no era más que yo mismo insuflado por un gran egoísmo y un titánico egocentrismo un día en el que quizá me sentí mal, no lo recuerdo. Todo esto nació fruto del descontento con lo que me rodeaba a pesar de otros elementos que me apasionan y que me instan a seguir adelante.
Actualmente no podréis seguirme si os pegáis a mis espaldas ya que el viaje que estoy viviendo bifurca y no todo ser puede comprender los cambios bruscos. La mayoría os perderíais.
Atentos y empezad a despreciarme: es horrible como cada día mueren miles de personas, lo sé, pero no me importaría (incluso me divertiría) ver morir a aquellas personas que le hacen la vida imposible a las demás ya que por mucho que sea un déspota desagradable, todo el mundo tiene derecho a ser feliz y alguien que provoca lo contrario no merece una vida en este mundo ya abarrotado de desgracias. Es mi punto de vista.
A los racistas, deberían exterminarlos tal y como Hitler hizo con la tercera parte de los judíos, una cantidad impresionante de negros, gitanos y muchas más etnias que podrían haber compartido su cultura con todas las restantes si el ser humano no fuera tan obtuso. Reitero: soy déspota y misántropo, no cerrado ni estirado.
A mi parecer no todos merecemos el derecho a la vida. La ley es frágil y suave y me repugna la sociedad supuestamente desarrollada en la que vivimos actualmente. Y lo mejor del festival es que yo soy igual que todos esos que forman la sociedad contemporánea. Por dentro poseo un cosmos. Por fuera soy el sujeto pasivo de una oración subordinada en muchas otras en el libro menos leído de la historia.
¡Reivindícate!
El movimiento que se está gestando en Plaça Catalunya y que sigue en Grecia tiene mucho más poder del que jamás podrán imaginar los políticos y banqueros. Si éstos eliminan la legalidad de las acampadas populares se ganarán la enemistad del pueblo y de todas aquellas personas que crean en una democracia REAL pero que consideren que acampar es llegar a un extremo exagerado. Convertirán a nuestros representantes en mártires y les darán un poder increíble. Si les permiten seguir con su tarea, aprenderán a gestionarse óptimamente (que ya lo hacen) y conseguirán su loable propósito.
¿Que por qué escribo todo esto? Muy sencillo: aún no he aparecido por Barcelona para apoyar a mis compañeros anónimos. Sólo me manifesté junto a ellos cuando se gestaron. Esto es una disculpa que nadie leerá, pero no me importa. Demuestro que mi interior es enorme y eclipsa mi cuerpo físico, dejándolo inerte.
Como Don Quijote de