Vais a leer una rareza; algo especial colmará el espacio digital de este rincón solitario de la red: La felicidad embarga el alma del propietario del alma de estas palabras.
Quisiera aclarar que las palabras no se pueden poseer, y por ello aclaro que su alma sí es mía, pues son fragmentos de la que yo mismo albergo.
Partamos de una premisa: La vida es maravilla, es el mayor don que existe, es el regalo más preciado del universo y, sobretodo, puede llegar a ser realmente hermosa. Pero cuidado, sé de buena tinta, como todos vosotros, que alguien que pasa hambre, alguien cuyo país es azotado por la guerra, alguien que ha perdido todo lo que tenía o alguien que no tiene a nadie que le aprecie no puede concebir la vida como algo positivo. Y es que, aún a riesgo de parecer repetitivo, la vida es injusta: Unos tienen más de lo que otros podrán jamás soñar con poseer. Unos tienen enormes yates y otros poseen migas de pan que compartirán con sus familias. Otros no tienen migas de pan. Otros no tienen familia. Otros, ni siquiera, tienen alguien que les estime.
Hoy quisiera gritarle al mundo. Gritar con ira y pasión, armar una oda en su honor y en contra del ser humano. Hoy quisiera dar gracias por la vida que se me ha conferido, por la movilidad de mi humilde cuerpo y por la lucidez (o no) de mi mente. Por supuesto, no le agradezco todo esto a ningún dios (en minúscula). Se lo agradezco al azar y a la Tierra. Al origen de la vida y a todo lo que conforma la mía.
Además de todo lo anteriormente dicho, me gustaría dejar claro que creo que no he podido tener más suerte con los seres queridos con los que me ha tocado lidiar. No toda mi familia está unida y algunos son seres que me son de total indiferencia, pero los seres realmente importantes que la forman son, bajo mi punto de vista, maravillosos, a pesar de la cursilería que se desprende de la palabra.
A la hora de mencionar a mis amistades puede que derrame alguna lágrima. Pero no, no lo haré; ya no. He tenido muchos seres queridos. Los que realmente me aprecian están ahora mismo a mi lado, nos veamos o no. En este punto de mi vida puedo afirmar sin ningún temor a equivocarme que el azar me ha otorgado un 777. Mis amistades son algo fuera de lo común. Una hermandad no sectaria nos une y, aunque ha habido discusiones como es normal, las columnas han seguido intactas e imponentes desde hace muchísimos años.
No voy a nombrar a nadie, pues el riesgo de exclusión es alto y no quisiera deprimir a nadie (aunque sé que no valgo tanto la pena como para provocar ese efecto). Se sentirán aludidos, querido lector, y espero que tú seas uno de ellos para darte las gracias de nuevo y convencerte de que jamás sueltes mi mano. Tú me otorgas y yo hago lo propio.
Todo tiene su fin. Pero cuando algo muere, otro ente nace para dar paso tras su tardía muerte a las próximas sensaciones y sentimientos. La amistad real es algo eterno e inefable. Si se puede describir sin tartamudear o balbucear, no estamos hablando de amistad real. Y si lo consigues, eres todo un Cicerón.
Me dispongo a partir hacia la morada de ciertas amistades, donde me esperan algunos de los seres que más he apreciado en toda mi vida. Lo que allá ocurra, desde un suspiro de hastío hasta una carcajada de burla en animus iocandi serán grabados a fuego en mi egoísta, romántico pero sosegado corazón.
En mi ha despertado la pasión, la emoción, las ganas de seguir viviendo y la ambición sin fin pero con pausa. Si me caigo me levanto y si me golpean les devuelvo el favor.
La música es hermosa, la literatura me transporta a Oniria y el arte comunicativo me lleva a otro nivel de felicidad. La curiosidad, el fuego interno, el misticismo, el romanticismo clásico que yace en mi y el altruismo en su justa medida harán palpitar mi patata vital.
Por último, debo dar las gracias de nuevo al azar por darme a conocer a un verde y puntiagudo pero hermoso ser, a la brevedad de sus interrupciones y al valor de las mismas. A la D mayúscula sin la terminación olorosa.
Gracias. Por leerme y por formar parte del texto.