viernes, 28 de mayo de 2010

Desubicación

Cuan hermoso resulta observar el apocalipsis.

Me encuentro en medio de un yermo ardiente y lo único que alcanzo a oír son los gritos de la muchedumbre desesperada que huye para salvar las miserables almas de este mundo.

Si clavo la mirada debajo de mí, puedo ver como la tierra se agrieta formando cañones escarpados haciendo caer a todo ser vagante. Y yo no he resquebrajado el mundo.

Mientras yo observo con cierta indiferencia como las personas que han sobrevivido a la primera oleada de destrucción luchan por no llegar aún al paraíso, al infierno, al valhalla o a la tierra prometida entre otros lugares idílicos, varios personajes con mayor poderío físico e inteligencia que la resta intentan evitarles un destino trágico. Son los héroes de nuestra sociedad.


-Patético.

-No seas cínico.

-No se trata de cinismo, sinó de hipocresía.


Un diálogo, dos voces, tres intervenciones. Sólo un ser: es el inicio del egocentrismo ilustrado.


Es el magma el que derrite los huesos de estos seres que se reducen a carne y electricidad, no yo.

Son los líderes natos los que protegen a las almas perdidas, no yo.

El mundo se ha despertado hoy como cualquier otro día. Guerra, hambre, sexo, dolor, absolutismo, surrealismo, drogadicción, inocencia, nihilismo, racismo, capitalismo, tercermundismo, caos...


Y yo no he provocado absolutamente ninguno de estos factores.


Quisiera acercarme para tener contacto pero siento que no vale la pena. Me destruirán o me salvarán. ¿Destruir el qué? ¿Salvarme de qué?

Me cuesta entender la sencillez del espíritu humano y de la llamada de Gaia.


Sólo queda una esperanza: la descatalogación.


A vosotras y vosotros sí puedo admiraros pero me siento como si jamás pudiese llegar a comprenderos.


Me siento como el capitán del barco hundiéndose con él. Sólo que yo no dispongo de un barco.


Me hundo con un mar de proyectos para modificar algo que no me interesa.


-Que cínico.

-No se trata de cinismo, sinó de hipocresía.


-Albert. (Resulta que Dios no ha muerto, Nietzsche. Debemos acabar con él)

lunes, 24 de mayo de 2010

La vida es sueño

SEGISMUNDO. Es verdad; pues reprimamos
esta fiera condición,
esta fúria, esta ambición
por si alguna vez soñamos.
Y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive sueña
lo que es hasta despertar.

[...]

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

Pedro Calderón de la Barca - La vida es sueño

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He extraído este fragmento de la copia que poseo de La vida es sueño. Simplemente he elegido la parte más representativa a mi parecer de toda la obra pues cuando leí ese monólogo me quedé tan sorprendido de lo buena que puede llegar a ser la literatura clásica española y como nuestro sistema educativo provoca ese rechazo hacia todo aquello que se supone es una obra maestra (obligan a leer ciertas obras con un período de tiempo minúsculo para disfrutar realmente de sus versos o párrafos). Una de estas obra es la que yo he plasmado como paradigma aquí y es que nos hacían (en nuestra época) trabajar aspectos que para nada conocíamos de la obra y que realmente no eran los más interesantes.
Descubrí el soliloquio en una canción de Gothica con el mismo título de la obra y me llamó tanto la atención el sufrimiento que se desprendía de la voz de la vocalista que tuve que ir inmediatamente a comprarlo. Lo terminé relativamente pronto teniendo en cuenta la enorme cantidad de tareas que para entonces todos mis compañeros y yo teníamos. Fue... Renovador, como si algo dentro de mi despertara...

No voy a explicar el argumento de la obra pero el significado vendría a ser la efimeridad de la vida, como de un día para otro podemos pasar de ser un rey poderoso a un esclavo miserable.
El personaje en cuestión (el que pronuncia el fragmento) es liberado de su cautiverio para ejercer como monarca en su reino (leáse la obra para más información); el caso es que por supersticiones el príncipe nunca pudo salir de la torre en la que vivía encerrado pero un día el rey decide darle una oportunidad pero como su hijo sólo camina en aras de la destrucción y el egoísmo se le elide la misma. Es entonces cuando de sus labios de papel aparecen estos versos perfectos bajo mi punto de vista.

¿Qué es la vida realmente? Él ha vivido toda la fugacidad de sus órganos vitales encerrado en una construcción, no ha podido ni siquiera probar el sabor de la luz más de determinado tiempo; nos encontramos delante de un personaje privado de la libertad, derecho básico de todo ser humano. Vemos como actúa instintivamente durante el período de éxodo de su infierno personal pero eso no le ayuda a ser aceptado por los demás; entonces, al ser despojado de todo aquello que tenía (o que realmente no tenía), nuestro Segismundo se ve perdido y completamente pobre: sin las riquezas y los lujos que caracterizaban su puesto en la jerarquía y sin los valores personales y éticos o morales que regían el mundo. Es entonces cuando nuestro pobre príncipe desheredado se pregunta a si mismo qué es la vida. Alguien que ha podido vivirla intensamente cómo él, un prisionero eterno, sabe perfectamente cuál es el valor de la misma pero no conoce su significado ni sus misterios pues realmente ¿qué es lo que ha perdido? ¿qué es aquello por lo que fue liberado efímeramente?

Si te consuela, Segismundo: nadie lo sabe.

Dedicado a una de las obras que más admiro.

Albert.

domingo, 9 de mayo de 2010

A Victoria Francés (de nuevo)



Ahora que he podido tocarte y sentirte de cerca; mirarte e intentar colarme cual ladrón en tu interior, las puertas de Oniria se abren de par en par.


A cada nota del piano de Les Mémorires Blessées de Dark Sanctuary (grupo al que conoces y cuya notícia me provocó una sorpresa de proporciones titánicas pues lo adoro) puedo sentir como cada lágrima caía acompasadamente cuándo llegué a mi habitación y sentí que lo que había pasado era real : te conocí. A tí, Victoria.


Tus ilustraciones no sólo son famosas por el nivel pictórico tan enorme que tienes sino por el mensaje que encierra cada una de las miradas de tus personajes. Todos ellos son hermosos de algún modo y he llegado a sentir una especie de amor surrealista por Favole.


Mi Athalie no es más que una exteriorización de todo lo que siento o no y tal y como te escribí en la carta, imagino a todos y cada uno de los personajes en ella hechos por tí y por obra de tus delicadas manos.


Llevo siguiendo tus obras desde que descubrí el mundo de lo gótico en el que ahora me veo terriblemente sumergido y siempre he estado enamorado de tí en ese aspecto.


Eras mi maestra y ni tan solo sabías de mi existencia.


Ahora, la indiferencia de la que os hablaba ha sido quebrada salvajemente. Ya no queda nada de ella. Vuelvo a ser yo... Mi verdadero yo que tanto tiempo ha estado encadenado en mi cuerpo físico, mi alma despojada de todo sentimiento, han salido al exterior para rebelarse contro todo lo que implique un insulto al Carpe Diem.


Lloré... ¡Lloré!

Sólo una frustración tan enorme como creer que iba a suspender el bachillerato (y por lo tanto no cumplir mi sueño de ser periodista) me hizo llorar hace unos días; esa fue la primera vez en muchisimo tiempo.

Ahora puedo decir que lloré de nuevo, pero de felicidad. Creo que eso me ha ocurrido tantas veces como dedos tengo en una mano.

Me has hecho sentir, Victoria. Y eso es algo que nunca olvidaré. Estarás en mi corazón hasta el fin de mis días, hasta que Athalie sea publicada o yo caiga en el olvido. Todo eso no importa ya que un sueño se ha cumplido y ahora lucharé por los que me quedan.

Tu sonrisa y el hecho de que te leyeras mi carta demuestra que eres preciosa tanto por fuera como por dentro. Radiente, increiblemente deslumbrante... No exajero cuando digo queme sorprendí al verte. Eres hermosa...


Sólo me queda decirte: Grácias. Muchísimas grácias.


PD: Ésta es la carta que le escribí justo delante de Athalie:


martes, 4 de mayo de 2010

Indiferencia

Si hay algún estado que odio es la ausencia total de sentimientos: la indiferencia.

Echo de menos aquella época no tan lejana en la que por cualquier razón asomaban atisbos de felicidad, pasión, tristeza, dolor, verguenza... En la que esos atisbos se convertian en partes de un todo celestial que me realizaban, que exprimían de mi interior las letras dejando un rastro de sangre por donde se deslizaban mis palabras.

Parece mentira, y puede que incluso algunos me tachen de exagerado pero es que contra más segundos se añaden a mi corta vida, más contraproducente me encuentro.
Cuando salí de esa época en la que todo crío necesita establecer contacto para dar a entender que está ahí, que forma parte del grupo, empecé a dar señales de intransigencia y de un comportamiento antisocial muy concreto: sólo las personas que yo consideraba inteligentes, distintas o capaces de vivir fuera de un grupo concreto (aquellas personas que siempre llevan una sonrisa en su tez) eran bien vistas por mí, eran "aceptables" según mi criterio. Todo esto demuestra el despotismo del que hacia gala a esa tierna edad, pero era así, he sido así y seguiré siéndolo pues todas las personas pueden cambiar si lo desean. No está en mis planes hacerlo.
Me llevaba... Indeferente con todas las personas que no estaban dentro de mi burbuja (para entonces ya había creado mi oníria sin ser consciente de ello) y es aquí donde empezó todo.

Por alguna razón la mayoría de recuerdos están borrosos y creo que es debido a un mecanismo de defensa por tal insustancial infancia.
Cuando llegué a la adolescencia, aquel alter ego extraño había desaparecido para dar paso a un adolescente (valga la redundancia) cualquiera.
Todo se sucedió sin incidentes y mi vida era de lo más normal hasta que entraron en ella ciertas personas que algún día tendrán una entrada en su honor (POR SUPUESTO).
Después de que esas personas cuya visión de la vida era tremendamente interesanta para la edad me hubieron comentado sus inquietudes, despertó mi yo real, el yo que se conoce ahora.

¿A qué viene todo esto?
Muy sencillo: Yo era un crío; por lo tanto existía en mi un tremendo afán por reír de cualquier chiste malo, de llorar por cualquier herida superficial que lucía algún amigo, de amar con locura dejando de lado mi propia vida... Y mi otro yo me decia que razonara, que ya era hora de ver que todo lo que me rodeaba era tópico y convencional (resumiendo muchísimo); era un niño con una filosofía estúpida y crítica.

Bien, mi pasión favorita en esta vida ha sido siempre escribir, escribir sobre mis sentimientos; sentimientos profundos y poderosísimos que escapaban a mi control y al de cualquier persona.

Llegó un punto en que dejé de sentir con tanta fuerza y empezó a crecer mi peor enemiga.
Esa maldita indiferencia...

A veces consigo librarme de ella, otras me sigue allá donde vaya haciendo que todo aquello que anteriormente me habría apasionado sea vanal.

No voy a explayarme más. No debería llevar mucho hablar sobre la ausencia de sentimientos.

Ahora soy una persona mucho más cercana y extrovertida. Me atrevería a decir que caigo bien en general. ¿Pero a qué precio?

¿Será que en lo que a mí se refiere indiferencia es igualmente proporcional a sociabilización?

Siempre he pensado que sin tristeza no habría felicidad. Pero si no puedo sentir ninguna de las dos poco podré sentir.


¿Dónde ha quedado la ignoráncia socrática? ¿Desde cuando lo sé todo sobre el sentir para que me acose la indiferencia?

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Si leéis esto (soy consciente de que poca gente lo hará) podéis opinar.

¡Creo que me voy a estudiar castellano, que quiero aprobar!

-Albert