lunes, 6 de agosto de 2012

¡Deja de soñar! ¡Deja de no decir nada!


¿Cómo empezar una carta en la que proclamar el suicidio de la cordura en pos de algo que la sustituya?

Siento una presión en el pecho que me ahoga y me hace sentir pequeño, alejado del mundo real. Siento que con cada paso que doy se acerca una tragedia inevitable sea del carácter que sea. Siento que la fantasía siempre es más hermosa que la realidad y que la ficción es flexible frente a la relativa rigidez de la vida empírica.

Siempre lo dejo todo para el final, es un grave defecto que debo eliminar. ¿Me dejaré algo? No, ese no es el problema. ¿Y si pierdo algo? Han pasado muchas primaveras ante mis ojos y escasas ante la inmensidad del planeta. He aprendido y he cometido errores, he sanado unas heridas y he reabierto otras a drede al mismo tiempo que me propinaban nuevas fuentes de amargura.

Me gusta escribir porque me siento grande cuando veo que las palabras fluyen con facilidad a diferencia de cuando intento utilizar el lenguaje oral. Me calo y a menudo no sé por dónde salir. Es este el momento en el que puedo arrojar todo aquello que me hace sufrir y colgarlo para que todos hagáis un ejercicio de empatía, para que disfrutéis del dolor ajeno pero de un modo sano, para aprender todos juntos.

Me gusta vivir. Me gusta disfrutar de lo que no es real, pero también de lo bueno que tiene la Tierra. Me gusta encarar mis temores y vencer ante ellos para luego escupirles y, cuando nadie está mirando, acercarme a sus cuerpos agonizantes y susurrarles: “Gracias por todo. La idea ni siquiera es perfecta, solo es como yo quiero que sea o como creo que necesito que sea. Si el concepto carece de perfección… ¿Puede el ente físico acercarse más a ese estado? No lo sé.

Pero bueno, aquí me tenéis, escuchando atentamente una hermosa composición de una banda que mucha gente jamás conocerá. Aquí estoy, escribiendo frases que no sé si alguno de mis escasos lectores entenderán. Aquí me encuentro, esperando a que algo ocurra cuando debería sentir una felicidad embargadora. ¿Es la felicidad algo real? ¿Lo es el amor? ¿Lo es alguno de los estados que el ser humano denomina como sentimientos? Me da igual, puedo crearlos. Todos podemos hacerlo y eso es lo que hacemos día a día. ¡Me he acostumbrado tanto a crear que ya ni siquiera puedo explicarme sin dar un rodeo! Eso no es un defecto, se trata de un escudo.

He advertido que iba a asesinar a mi cordura, entended que los párrafos carezcan de coherencia entre sí. O Quizá la tienen. ¿Quién sabe?

Hace años que no puedo ser un misterio. No escondo secretos y no soy interesante. Cuento lo que necesito contar y expreso aquello que me oprime. Lo estáis leyendo y lo escucharéis:





De acuerdo, lo reconozco: tengo miedo. De sufrir, de decepcionarme, de morir, de perecer, de fracasar, de causar una mala impresión, de no ser yo mismo, de ti, de él, de ella, de los pronombres personales, del futuro y del presente, del pasado retornante y, sobretodo, de no entender la situación en la que me encuentre.

¿Quién soy? Está claro que yo. De todos modos, si los pilares se resquebrajan, el templo acaba por caer. Los míos son fuertes, de hierro, piedra y madera. Cuando el agua fluye constantemente, acaba por pudrir la madera, por agrietar la piedra y por oxidar el hierro. No voy a hacer una metáfora evidente con el concepto agua. No me refiero a la vida. Bueno, quizá sí, pero no lo entendáis como tal, no es vuestra vida. Ni la mía. Es una metáfora de una metáfora. Nunca bebo agua, pero llega el verano y ya tengo sed.

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