Me encuentro en la cama de mi habitación, sin nada que leer, salvo las palabras a las que yo mismo doy vida. Mi receptáculo no es maravilloso, no se trata de una alcoba protegida por finas cortinas de seda o de los aposentos pétreos de un rey. No, estoy sentado sobre una cama perteneciente a la época contemporánea, producida seguramente en serie y sin nada particular o reseñable.
Ni siquiera sé si es miedo lo que siento al tratar de expresar mi debilidad más terrible, o si es desconfianza hacia los pocos lectores de los lamentos de este incursor de dolor. Cuando sé que el día está a punto de terminar me siento feliz al pensar que volveré a mi completamente normal cama, y no por el descanso que promete, sino por los sueños y los mundos que me abren mis compañeros más silenciosos.
Puedo estar días, semanas e incluso un mes entero sin leer, pero la certeza de que esa obra me está esperando hace de mis días una estrella algo más brillante. Todos los libros son distintos, y todos los autores, un universo. Leer es querer conocer a esa persona que sujetó la pluma o tecleó las articulaciones de un portátil barato. Leer es querer crecer. Leer es aprender a ser lector. Leer es dialogar con uno mismo y escribir es llegar a un acuerdo. Leer es una lágrima y una sonrisa, un puñetazo y una caricia, una muerte y una vida nueva, un agravio y una poesía.... Todo ello combinado provocando un Big Bang sensorial.
Evidentemente, no soy tan melodramático como para sentir tristeza ante la ausencia de una novela que rellene los huecos de mi eterna noche psicológica, pero sí siento un vacío que me parece ridículo. Hay millones de obras por conocer y una vida muy corta por delante en comparación. Y hoy, no tengo nada que leer. Esta incertidumbre solo demuestra incultura e indecisión por mi parte, y nada más. Si fuera sabio, podría titular esta entrada como mi novela favorita: "El temor de un hombre sabio". Lástima, quedaría muy solemne.
Por último y más importante, la novela es mi psicóloga, y ni siquiera me pide favores a falta de cobro. La novela me ayuda a olvidar que recuerdo. La novela es mi capucha cobarde y mi camarada muda. La novela desactiva la capacidad que me dio mi cerebro para preocuparme por lo más nimio. La novela es mi amante y mi mujer infiel.
La novela es la única opción que tengo de huir de mi mismo y, por ende, de ti, seas quien seas.
Hoy no tengo nada que leer, pero la escritura es la lectura de mi ayer.
Y ya va siendo hora de escribir un relato.
miércoles, 10 de abril de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario