domingo, 31 de marzo de 2013

Una pequeña reflexión nocturna

Barcelona muda su piel de noche. Una excusa tan banal como la pérdida del último tren permite a vuestro humilde narrador contarlo por primera vez tras haberlo experimentado infinidad de veces. Ha valido la pena. [Un segundo bajo esa sonrisa merece permanecer en una ciudad corrompida y ataviada de drogadicción y prostitutas]. Un hombre de aspecto descuidado me ofrece cerveza y, con una sonrisa, declino su oferta. Debo de haber hallado un código secreto pues me ofrece algo más. Vuelvo a sonreír y él se marcha apaciguado, acostumbrado a recibir palabras grotescas e indiferencia. No, no es esta Barcino oscura lo que busco, pero sí lo que hallo a tardías horas. No me preocupa, no me desagrada. Me sumo en esta oscuridad y pierdo la pureza diurna que mora incómoda en mí. [Ya echo de menos su compañía y empieza a doler]. La estrella de Plaza Cataluña no brillará más por hoy [ni tampoco su mirada clavada en la mía]. [¿Qué me pasa? Me siento igual de inseguro que un adolescente virginal]. La soledad me ha encontrado en esta enorme ciudad, y no suele pasear por sus calles... Tampoco me incomoda su compañía... [Pero preferiría la de esa persona que acaba de partir]. Todo lo aprendido mediante la experiencia se desvanece entre el rojo de las latas de cerveza que venden por la calle individuos sin casta y el negro de la noche. [Baila, ríe, diviértete; yo pensaré en ti hasta que, agotado, pierda la conciencia]. No soy más que un punto difuso entre tantos aquí. No soy nada y nada expreso, mudo de un dolor que no entiendo y presa de un miedo tan irracional como mis deseos. [No soy más que un punto en un texto que te aburre, aunque quisiera llegar a convertirme en esa frase que tanto adoras, o, incluso, convertirme en "te quiero"]. Pero claro, todo esto no es más que una pequeña reflexión nocturna.

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