martes, 13 de agosto de 2013

Una noche de fiesta: tu mente te habla

Contemplas los restos del semidesaparecido sello que te estamparon al intentar huír de la discoteca para tomar una cerveza y ahogar las penas y las glorias en cebada. Te das cuenta de que, al muy hijo de puta, le ha costado difuminarse, pero que eso te hace pensar en la noche del sábado. Típico: amigos, alcohol, música, conversaciones absurdas y otras muy serias.

No es que importe lo que hayas decidido hacer durante la noche, pues decenas de personas harán lo mismo que tú y posiblemente de diviertan más por el simple hecho de que eres como eres. Saboreas la felicidad, pero sin la silenciosa, solitaria y oscura tristeza te sabe como a lechuga sin condimento. ¿Quizá por ello buscas resentimiento biológico en el alcohol? ¿Podría ser que fueras un incursor del dolor propio y ajeno? Quién sabe. En cualquier caso, te lo estás pasando de puta madre con tus "hermanos" y, aunque te gusta anotar ideas en tu mente para (por alguna razón) escribir, está todo tan difuso que optas por apartar de tu mente todo aquello que intenta flotar y dirigirse hacia tu boca. No, que no brote de tus labios.

Una hora. Ese es todo el tiempo que tienes para lamer la barra del más decadente bar de la zona. Pero, ¡eh! Los propietarios suelen ser la simpatía personificada y ríen al verte derramar lágrimas tras consumir el chupito de fuego e infierno que te propinan con una sonrisa y la palma de la mano bien extendida en señal exigente de merecida recompensa. Les pagas. Son muy majos. Son tus camellos de una noche, de cada noche y de cada sábado que se puede. Sabes que, esa droga, aunque legal, es jodida. Pero te gusta. Te encanta. Tus pensamientos se vuelven nuves y, cuando llegas a casa, llueves. Todo ello después de miccionar, claro está. Pero aún no has vuelto a casa, aún no se ha terminado la noche, ni mucho menos la fiesta. Con la mejor compañía de la que te vez capaz de rodearte (y menos mal), vuelves a entrar a la caja de zapatos de rock, cantos rodados y metal. Hay mucha gente, casi todos desconocidos. También hay muchos grandes amigos y amigas pululando por allá, pero por alguna razón, cuando tu cabeza es niebla no los procesas con celeridad. Están ahí sin más. Al menos no dejarán que eches espuma por la boca. No en el suelo, digo. Te tumbarán en un banco o algo, pero eso no pasará. No al menos hoy. Esperemos que nunca.

¡Mira! Es esa chica. Está sobria. Estás ebrio. Ella cree que eres imbécil y un crío. Joder, lo aparentas, mírate. Quizá nunca llegue a saber que, por dentro, no eres tan desdeñable como por fuera. Es una lástima, pero no aparentas ser un hombre. Tienes 22 años y ya has dejado de crecer, pero tu mente intenta seguir activa incluso atravesando los ríos de alcohol que alimentas sin ton ni son durante la noche. ¡Dios! Esa cerveza es horrible. Sabe mucho mejor una Guiness cuando suena el clink de tu jarra contra la de tus colegas. Confórmate. Bebes para olvidar. Bebes para no pensar. Bebes para cometer errores por los que lamentarte y aprender a posteriori. O no. ¿Quién sabe? Tú no, desde luego. Y ella menos. Te acercas porque un amigo te ha visto mirarla, casi admirándola. No es solo hermosa, te atrae por algo más, aunque no sabes (ni sabrás) por qué. Te presionan. ¡Dile algo! Te acercas tambaleante, creyendo que la dignidad aún te sostiene, que no. Balbuceas frases sin sentido. Cometes el error principal ante cualquier mujer, ante cualquier persona: Intentas caerle bien. Vaya, no eres tú mismo. Y no, no culpes al alcohol. Eres estúpido sin más, el alcohol únicamente provoca que seas un estúpido borroso. A pesar de todo ella contesta, se digna a clavar su mirada en la tuya sin apartarte sin piedad. Sabes que finalmente lo hará. ¡Vaya! Lo ha hecho. Te lo dije. ¿Y ahora? ¿A seguir bailando como un imbécil? Sí, es divertido. Sabes que ni sobrio te queda algo de vergüenza y que, hacer el payaso te divierte sobremanera. La diferencia entre el antes y el después de la conversación es que, antes, tus compañeros eran tus amigos, el alcohol, la niebla, la música y la multitud. Después, ahora, son ella, el rechazo, la inseguridad, la niebla, tus compañeros, nadie más. Pero bailas. Bailas porque sabes que en 3 horas llegarás a casa y te rendirás en un lecho que has compartido más de un centenar de veces, solo que ahora estás solo. Y encima la niebla se despeja para dar paso al dolor.

Pero bueno, la fiesta sienta bien.

Siempre y cuando una mujer aparentemente interesante no crea que tú no lo eres.

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