Hoy quiero ser la esencia densa de la más recóndita oscuridad. Inalcanzable, intocable, huyo de ti. A cada paso que das me desvanezco un poco más y río con histeria únicamente para que tu alma tiemble. Es fácil que me pierdas y es lo que el impulso me hace querer; bajo los pórticos del eterno castillo en ruinas que es mi frágil mente yazco solo cuando no miras. Los ventanales proyectan luces teñidas del color del cristal que ha visto derramar sangre por batallas sin sentido. No me encontrarás allí, pues temo a la luz. Mis temores, de todos modos, solo dificultarán tu búsqueda, y yo sigo riendo desde las sombras porque sé que jamás podrás volver a tocarme. Es la venganza que me brindan los Dioses. Es la dulzura de tus lágrimas amargas y el vacío en tu corazón lo que nunca me he planteado desear y que, ahora, se me antoja probar.
Se me acortaría la vida si viera tu ceño fruncido y tu semblante alicaído, pero ahora que no soy nada puedo saborear tu derrota. Persígueme e intenta que vuelva a ser pura luz. Intenta crear la ilusión de que nunca perdí ese brillo plateado en mi corazón. Miéntete y miente a todo el mundo, pero él ha sido el causante de mi amargura y, tú, sin saber siquiera por qué, alcanzaste el sol con las manos y lo colocaste a mis pies. La lux aeterna bañaba mi rostro y mi ser, pero tú misma retiraste la estrella y te fuiste lejos.
Me dejaste claro que ni siquiera los sueños son eternos, que la vida es efímera y que la felicidad es como un orgasmo. ¿Me dejarás seguir cayendo en este pozo de angustia? Ni tan solo el sueño, la imaginación o la fantasía pueden salvarme ya. Desenvaino una sonrisa y te desarmo de preguntas incisivas, pero es la gran mentira la que me permite seguir viviendo; es la negación eterna de que haya un problema, es la duda, es la incertidumbre y la indiferencia; es la impotencia, sobretodo la impotencia.
Confío en ti. Sé que puedes rescatarme. La esperanza es lo único que Pandora no perdió.
Mi alma estará esperando en el altar de mi indiferencia. Ahí permanecerá durante años hasta que la encuentres si decides salir en su busca.
martes, 29 de enero de 2013
miércoles, 23 de enero de 2013
Son solo posibilidades
Publicado por
Albert Alsina
en
0:51
La frialdad es la fortaleza definitiva y final de todos nosotros. A pesar de todo, puede que no sea esa la intención del criminal que te hace sufrir. Puede que el criminal sea más inocente que tú, y puede que tú tengas poco de inocente. Puede que la ausencia duela mucho más que la presencia de una espada clavada en el pecho, y puede que no pueda y que sea una certeza.
No es la melancolía la que ataca ahora con la fuerza desbocada de un toro rabioso y bravío, que tras la cornada lame tus heridas, te mira con tristeza y empatía y se compadece de ti. No, se trata de algo nuevo, de algo que hace que el pasado oscuro quede cegado por luces eternas e infinitas; y deja los viejos recuerdos que alimentan el alma y hacen que se crezca en el pecho aprisiónandola.
Con cada vez menos espacio, la esencia intenta escapar de su prisión de huesos, pero ella sabe que tú y tu corazón sabéis que el único modo de liberarla es presentando aquello que permite pronunciar palabras de amor y odio; aquello que roza y despierta la pasión, aquello que durante unos instantes hace que los dos amantes fijen sus miradas y sean uno. Al menos durante unos instantes, unos instantes de vida.
¿Acaso no oyes latir el corazón que bombea sangre para que los labios se mantengan calientes y darte así cobijo? Podría darse el caso que estos brazos te protejan del dolor, podría ser que estas piernas corran en tu ayuda, es probable que estos dedos roben tus lágrimas y es evidente que estos ojos robarán tu alma. Así pues, cuida a tu escudo y escudero y no permitas que el metal se oxide. No dejes que la lluvia borre mi ser.
No es la melancolía la que ataca ahora con la fuerza desbocada de un toro rabioso y bravío, que tras la cornada lame tus heridas, te mira con tristeza y empatía y se compadece de ti. No, se trata de algo nuevo, de algo que hace que el pasado oscuro quede cegado por luces eternas e infinitas; y deja los viejos recuerdos que alimentan el alma y hacen que se crezca en el pecho aprisiónandola.
Con cada vez menos espacio, la esencia intenta escapar de su prisión de huesos, pero ella sabe que tú y tu corazón sabéis que el único modo de liberarla es presentando aquello que permite pronunciar palabras de amor y odio; aquello que roza y despierta la pasión, aquello que durante unos instantes hace que los dos amantes fijen sus miradas y sean uno. Al menos durante unos instantes, unos instantes de vida.
¿Acaso no oyes latir el corazón que bombea sangre para que los labios se mantengan calientes y darte así cobijo? Podría darse el caso que estos brazos te protejan del dolor, podría ser que estas piernas corran en tu ayuda, es probable que estos dedos roben tus lágrimas y es evidente que estos ojos robarán tu alma. Así pues, cuida a tu escudo y escudero y no permitas que el metal se oxide. No dejes que la lluvia borre mi ser.
martes, 8 de enero de 2013
Ser el Dios del Tormento
Publicado por
Albert Alsina
en
1:14
A veces quisiera abandonar este cuerpo humano para convertirme en un ente divino. Mi objetivo no sería disfrutar de las ventajas que eso me otorgaría, sino aprovechar mis nuevos poderes para causar estragos sobre la Tierra que únicamente afectaran al ser humano. Y no lo haría por diversión.
El Dios del Tormento sufre cada muerte que causa, pero necesita que la lluvia de sangre dé vida a su cultivo de regadío. El Dios del Tormento agradece cada ruptura y cada brecha en una relación interpersonal, se masturba cuando sabe de un divorcio y viola a las viudas que son aún jóvenes, pero no siente placer. Llora con cada ánima que siega y se lamenta por cada brecha que fisura la Tierra.
Alza su espada oxidada del más rudimentario metal y ondea su maza, purulenta a causa de todas las cabezas infectadas que ha visto estallar. Es un ser grotesco pero inefable, no tiene forma. El látigo que pende de lo que debería ser su cintura está ataviado con las espinas de lo que un día fueron sus vértebras, y el mango queda cubierto por una masa grisácea que otrora ocupó la boca del ser.
La tempestad carmesí cae sobre el ser humano y el Dios del Tormento ríe con pesar. Cada lágrima que derrama duele como una puñalada en la rótula. Por supuesto, no es inmortal, ni invencible. La resistencia trepa por su viscosa esencia y una y otra vez le ensartan con materiales cotidianos.
Pero él ríe y llora y el mundo es solo la chimenea de su hogar.
Lástima que ni por asomo pueda ser así, lástima que a veces mi carencia de materia oscura me provoque un dolor agudo. Por desgracia, carezco de escudos pues pensé que ya no los necesitaba, y no tengo ánimo de dañar al prójimo, aunque cada vez lo noto más tentador.
Creo fervientemente que no puede haber felicidad sin tristeza. ¿Ocurrirá lo mismo con el amor y el odio?
El Dios del Tormento sufre cada muerte que causa, pero necesita que la lluvia de sangre dé vida a su cultivo de regadío. El Dios del Tormento agradece cada ruptura y cada brecha en una relación interpersonal, se masturba cuando sabe de un divorcio y viola a las viudas que son aún jóvenes, pero no siente placer. Llora con cada ánima que siega y se lamenta por cada brecha que fisura la Tierra.
Alza su espada oxidada del más rudimentario metal y ondea su maza, purulenta a causa de todas las cabezas infectadas que ha visto estallar. Es un ser grotesco pero inefable, no tiene forma. El látigo que pende de lo que debería ser su cintura está ataviado con las espinas de lo que un día fueron sus vértebras, y el mango queda cubierto por una masa grisácea que otrora ocupó la boca del ser.
La tempestad carmesí cae sobre el ser humano y el Dios del Tormento ríe con pesar. Cada lágrima que derrama duele como una puñalada en la rótula. Por supuesto, no es inmortal, ni invencible. La resistencia trepa por su viscosa esencia y una y otra vez le ensartan con materiales cotidianos.
Pero él ríe y llora y el mundo es solo la chimenea de su hogar.
Lástima que ni por asomo pueda ser así, lástima que a veces mi carencia de materia oscura me provoque un dolor agudo. Por desgracia, carezco de escudos pues pensé que ya no los necesitaba, y no tengo ánimo de dañar al prójimo, aunque cada vez lo noto más tentador.
Creo fervientemente que no puede haber felicidad sin tristeza. ¿Ocurrirá lo mismo con el amor y el odio?
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